Hoy estaba la luna
llena, con su áureo color alumbrando el desconsuelo estridente de la noche, hoy
estaba ella reluciente, llenando de luz la flor que más perfumaba el jardín,
ese nardo que con su azul vestimenta relucía entre los carmesíes rojos de las
rosaledas,
ese nardo, que envidiaba a la luna por su dorado color, y
ella lo envidiaba por su suave aroma, ese nardo que cada noche le enviaba un
beso envuelto de rocío, como llanto enamorado y callado.
Ella nunca supo de su amor, hasta que llegó el otoño, y al
caer sus pétalos una noche al suelo formaron un corazón con la luna dentro.
Entonces fue cuando ella recogió todas sus lagrimas, y lloro todo el invierno
por el bello nardo.
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Romero de Buñol
29-03-13
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